Transmutación

Según las tradiciones ocultistas del siglo XIV, el ser debe atravesar siete esferas enérgicas para su transformación hacia la perfección.

Nuestra Octava Edición

Según las tradiciones ocultistas del siglo XIV, el ser debe atravesar siete esferas enérgicas para su transformación hacia la perfección. Éstas eran atribuidas a las siete esferas clásicas planetarias —el Sol, la Luna, Venus, Marte, Júpiter, Mercurio y Saturno— sin embargo, hasta el final de lo máximo perceptible al ojo humano, quedaba un octavo elemento en donde se superaban los influjos planetarios… el de las estrellas fijas. Ese eterno lienzo en negro, inalcanzable y pleno de fulgurantes luminarias fue nuestro primer contacto con el fenómeno de las proyecciones. Quién diría que la octava esfera sería un espacio análogo a la del séptimo arte, y a pesar de que es el séptimo, el octonario ha estado más presente en el cine que otro número. Desde las octavas órficas-pitagóricas en la música, los múltiplos de ocho en ciertos formatos análogos y digitales (super8, 16mm, 16fps, 24fps, 8bit, 16bit, etc.), y si traemos a la mente la lemniscata griega, son como dos ojos mirándonos de frente o un diagrama sintético del cine-alquímico, donde la luz emitida es filtrada y modificada por un mediador para ser proyectada en una superficie y seguir, de manera perpetua, el recorrido al interior del espectador.

Así, el ocho como elemento eterno y de conservación, sucede al siete, símbolo del tiempo. Orden subvirtiendo al caos. La reacción de la acción o la justicia armonizadora. La forma del ocho se deriva en parte de las serpientes enroscadas de los caduceos de Hermes y en parte del movimiento serpenteante del cosmos. El ocho es el intermediario entre un cuadrado y un círculo, elemento regenerador por excelencia.

De esta manera, después de dar siete vueltas al sol, la serpiente ha alcanzado su cola para comenzar un nuevo recorrido apoyado por el octavo planeta moderno, asociado a las artes visuales y a los cambios culturales. En esencia la misma, pero con una nueva piel. Con una visión renovada para discernir en estos tiempos tan convulsos, lo útil de lo fútil para su flamante comienzo. Separar lo volátil, de lo fijo. Moverse, para no estancarse.