El ojo de la cámara vuelve obsesivamente a los mismos lugares, una perspectiva vertical
que impone el control, la posesión de yacimientos arqueológicos, piedras que yacen desde
hace miles de años en el desierto. Los lugares que observa, sin embargo, no están
desiertos: vemos, como vislumbrados desde lejos, a los campesinos trabajando la tierra,
ellos mismos transformados en paisaje. Algo perturba la quietud del lugar: explosiones en
tierra y mar preparan el terreno para nuevas ciudades con nuevos nombres, nuevos
bosques.
Este paisaje se transforma en una escenografía de apropiación.